sábado, 17 de noviembre de 2012

Una historia de mi abuelo

Anoche soñé que volvía a mi casa de la infancia, un sencillo chalet que estaba en la urbanización "El Gran Chaparral" a unos siete kilómetros de Talavera de la Reina. La casa por dentro estaba igual, pero todo tenía polvo, como si nadie hubiera vuelto a habitarla en estos últimos 25 años.
La sensación que tenía al estar allí era una mezcla de extrañeza, nostalgia y amenaza.
Al despertar he recordado una reflexión que hace la filósofa Chantal Maillard en su último libro, "Bélgica". Chantal dice que cuando habitamos nuestras casas pasadas en sueños nos convertimos en los verdaderos fantasmas de esos lugares.
Ese fantasma que ha sido mi "yo" en sueños visitando un lugar querido de mis primeros años de vida, sentía temor, especialmente al contemplar la vivienda de al lado. Me angustiaba pensar que los vecinos de la parcela contigua a la nuestra seguían habitando el mismo lugar sin haber tenido vecinos durante todo este tiempo. En mi sueño, ni ellos ni yo misma podíamos entender por qué nos fuímos de allí y por qué no habíamos vuelto hasta tanto tiempo después.
Desde hace unos meses pienso en el pasado, en la mirada abierta a la vida de cuando somos niños. ¿En qué momento perdemos ese gozo intenso? ...
Cuando un adulto habla de la "cruda realidad" yo me pregunto cuál es la verdadera "realidad", ¿la del adulto que se pierde en problemas cotidianos que le alejan de la esencia de la vida o la del niño que disfruta plenamente de la sencillez del mundo?

Como Marcel Proust, voy en busca del tiempo perdido, y para ello vuelvo a la raíz, al comienzo.
Hace un mes mi padre me trajo un CD con bastantes documentos sobre la vida de mi abuelo. Casi todos los han ido recopilando mis primas Lola y Loreto durante años de investigación, sin que casi nadie de la familia le prestara demasiada atención. Ahora que los he podido leer con detenimiento me siendo en deuda con ellas, y con mi abuelo, un hombre de principios que llevaba el viaje y la aventura en el alma y que nos transmitió su pasión en el ADN y en un par de manuscritos.
Cuando tenía 60 años, es decir, en el año 1952, escribió un primer relato sobre los aconteceres de su vida. Después de aquello, tal vez volviera a escribir más relatos, pero nosotros sólo conservamos otro cuaderno que escribió en 1984, cuando le faltaba poco para morir.
Cuando mi abuelo falleció yo tenía 10 años, demasiado niña como para hacerle preguntas que ahora desearía que me pudiera contestar.
El recuerdo más nítido que tengo de él es el de un hombre muy viejo al que le gustaba sentarse en su sillón y pintar con la mano temblorosa. Era un hombre bueno, silencioso, al que no le gustaba llamar la atención.
Nunca perdió la capacidad de disfrutar de la belleza. Todavía puedo verle con las manos a la espalda contemplando las flores del jardín en esa casa que ayer volvía a habitar en sueños.
Las memorias y los documentos que han llegado a mis manos me permiten volver a construir la figura de mi abuelo. Eso es lo que me propongo hacer transcribiendo el primer relato, el de 1952, un texto que completaré con las informaciones adicionales del relato de 1984, en un intento de dar una visión más detallada o tal vez más cercana a lo que ocurrió.


Me presento; Soy José Martínez Sánchez- Albornoz. Nací en Bilbao en 1892. Fui el quinto de los doce hijos que tuvieron mis padres, Baldomero Martínez Serrano y Teresa Sánchez-Albornoz Hurtado, ambos de familias adineradas y acomodadas. Mi padre nació en Pradoluengo (Burgos) y mi madre en Ávila.
Mi estancia en Ávila y el trato con familiares me hizo ver que era descendiente de una familia de abolengo. Mi familia era conocida en la Diputación y en las Cortes. De hecho en la ciudad todavía se conservan numerosos recuerdos de nuestros antepasados...(Continuará)





martes, 14 de febrero de 2012

Bangladesh, el país del agua

                                       

 Cruzar una frontera sigue siendo para mi una experiencia emocionante y llena de expectativas en la que mis ideas preconcebidas sobre un lugar comienzan a desvanecerse segun piso el control fronterizo.
El 25 de enero emprendíamos desde Calcuta nuestro camino hacia un nuevo país del que apenas sabíamos nada. Tras 5 horas tortuosas de autobús llegábamos a Benapole, la frontera terrestre con Bangladesh.

El control de seguridad de la parte India esta terriblemente viejo, desvencijado y sucio. Parece imposible imaginar que un lugar así es una frontera internacional. Mientras nos sellaban la salida del país en los pasaportes, me dediqué a contemplar aquel terrible lugar lleno de goteras y suciedad. La conclusión a la que llegué es que no esta así por casualidad, sino por la dejadez india y su desprecio hacia un país que consideran de "segunda".
Después de pasar por delante de varios policias que volvieron a mirarnos los documentos de arriba a abajo, salimos de allí con cierto alivio. Yo me despedi de India desde la verja, sin pena y con ganas de estrenar este nuevo territorio.

Nuestra primera experiencia en Bangladesh fue otro control de frontera. El edificio es moderno y limpio, pero los funcionarios son un auténtico desastre.  Aunque no había nadie en la cola porque éramos los únicos extranjeros, nos tuvieron esperando como media hora leyendo nuestros datos, mirando nuestras fotos una y otra vez y comprobando si la dirección que les habíamos dado en Bangladesh era correcta. En un país en el que hay poquísimos turistas, no parecía que se alegraran demasiado de nuestra presencia.

Viajar por un país que no está acostumbrado a los extranjeros es complicado y caro, porque no hay infraestructuras para mochileros con pocos recursos como nosotros. Además uno tiene que habituarse a ser observado constantemente por miles de ojos. Algunas veces parecían hasta asustados por nuestra presencia, como si acabaran de ver una criatura recién aterrizara de otro planeta.
Como seguíamos en nuestra búsqueda de baules y fakires, el primer lugar que visitamos en el país fue Khustia, la ciudad donde nació Lalon Sha, un poeta sufí que ayudo a la expansión del islam en la zona a finales del siglo XV.
En Khustia tuvimos que alojarnos en una guest house en la que nos pedían el doble de lo que nos cuesta el alojamiento en India. Sabíamos que estábamos pagando un dineral, pero no había otra opción. Aunque pagues mas dinero, eso no signifca que tengas ningun tipo de comodidad. Las sábanas siguen igualmente sucias y no hay agua caliente. Además los dueños del hotel tienen la fea costumbre de llamar a la puerta a las diez y media de la noche para pedirte que les pagues la habitación.

Aunque las cosas no habían empezado demasiado bien, poco a poco mis ojos se fueron abriendo a lo bueno y a compensar el esfuerzo que suponía estar allí. Los paisajes de Bangladesh son hermosos y todo está mucho más limpio que en la vecina India. A los cinco días ya estábamos acostumbrados a que la gente nos mirara, y empezamos sentir que- salvo algunas excepciones- la mayoría de las personas que nos fuimos encontrando en el camino eran buenas personas y con menos malicia que los resabiados indios.



Entre las cosas sorprendentes que fuimos descubriendo, la que mas nos llamó la atención al principio fueron algunas medidas medioambientales que ya querríamos en Europa. En Bangladesh está prohibido el uso de bolsas de plástico y muchos productos vienen envueltos en papel reciclado, con lo cual ves mucha menos basura en las calles y en el campo.
La mayoría de los ricksaws se mueven con energia eléctrica. En los pueblos como Khustia y Khulna, gran parte del trafico rodado son bicicletas y vehículos de este tipo, con lo cual cuando si te paras a escuchar los sonidos de la calle oyes bocinas y timbres, pero apenas escuchas motores.

Khulna es la capital del distrito donde está "Sunderbans", el manglar mas grande del mundo. Desde Khulna organizan las excursiones para conocer este maravilloso lugar donde la naturaleza vive en un delicado equilibrio. Nosotros contratamos un viaje con la Agencia Bengal Tours, una gente muy maja y bastante eficaz, algo no tan frecuente por estos pagos.
El barco a Sunderbans no salía hasta tres días después, así que nos dedicamos a conocer Khulna y alrededores. Como viene siendo habitual para nosotros en este viaje, durante el tiempo que pasamos en la ciudad nos encontramos con la noticia en vivo. Cientos de opositores a la Primera Ministra Sheik Hasina tomaron las calles y hubo un tiroteo en el que murieron tres personas. Según nos explicaron, los manifestantes pedían que se volviera al sistema de control electoral anterior a Hasina, cuando era posible nombrar una comisión extra parlamentaria para evitar el fraude en las elecciones.  Mientras ellos se manifestaban, nosotros intentábamos pasar por la calle sin llamar demasiado la atencion, pero eso en Bangladesh es imposible.
Por fin llegó el día de la excursión a Sunderbans, la tierra del tigre de Bengala. Cuando vi el barco que nos iba a llevar me acordé de "Fitzcarraldo",  la película de Werner Herzog en la que el protagonista viaja en un barco parecido recorriendo el Amazonas. Mi imaginación siempre va por delante de mí, y según nos íbamos aposentando en el mini camerino, por mi mente pasaban pasajes de "El corazon de las tinieblas" de Joseph Conrad. Deseaba que nuestro viaje fuera también un recorrido misterioso al corazón de lo desconocido.



No fue así, pero al menos este viaje nos abrió la primera puerta para descubrir la magnificiencia del país del agua. Nosotros pensábamos que el Ganges era un río enorme, pero tras conocer los ríos de Bangladesh nos hemos dado cuenta de que no es así. Por primera vez en mi vida he atravesado ríos en los que no se ve la otra orilla. Es cierto que la extraña geografia del país hace que el agua dulce se mezcle con el mar, pero aún así, son de una inmensidad impresionante.
El primer dia el barco atracó en una zona donde había uno de los puestos de guardas forestales. Normalmente los bosques son impenetrables, pero en esa zona hay menos árboles y han organizado un sendero para que los turistas puedan pasear. Lógicamente no vimos ni un animal, porque la mayoria de la gente hablaba en voz alta o a gritos. A mí no me importaba que los animales hubieran huido de allí, pero me frustraba no poder escuchar a la naturaleza.
Después del paseo decidimos que esta era la última vez que hacíamos una excursión de este tipo. Aunque tuvimos la oportunidad de ver un cocodrilo, algunos ciervos, varios pájaros exóticos y huellas de tigre, al final no merece la pena contribuir involuntariamente a destrozar un entorno maravilloso. Desde ese momento me preocupé menos por lo que puediera ver y más por conocer a fondo a algunas personas muy interesantes que iban a bordo con nosotros.
Tuvimos la suerte de coincidir con un extraordinario grupo de seres humanos que viven por y para el Char Fasson Orphanage en una zona rural cercana a Barisal.
Entre esas personas hubo dos que me dejaron muy impresionada. Una de ellas es Felicity, una mujer australiana de 68 años madre de dos hijos. Felicity conoció el orfanato en el año 2006. Los niños vivían hacinados en un pequeño edificio medio en ruinas en unas dificilísimas condiciones. Cuando su padre murió, Felicity recibió una buena herencia, y en vez de gastárselo en si misma o en sus hijos, decidió invertir el dinero en construirle un nuevo hogar a estos chicos. Le pregunté si sus hijos le habían puesto algun problema y me dijo que ellos ya tienen su vida resuelta, así que no les pregunto.
Junto a Felicity viajaba Muaddin Jahangir, el dueño de las tierras del orfanato. Jahangir es otro personaje inenarrable. Su familia tiene un montón de terrenos en el pueblo de Char Fasson, pero en vez de especular con ellos, la mayoría están cedidos a proyectos como el del orfanato o un college de mujeres musulmanas, el primero que se creó en la isla.
Ambos nos invitaron a que conociéramos el orfanato para que pudiéramos ver de primera mano como están trabajando allí. Aunque no teníamos demasiado tiempo, decidimos ir.


 Aunque no hubieramos visitado el orfanato, solo el viaje de ida merece tanto la pena como para pasarse siete horas cambiando de un transporte a otro. Autobús, barco, lancha motora, ricksaw y de nuevo autobús... Lo mejor fue el trayecto en la lancha motora. Desde Barisal hasta Bhola, el puerto de la isla donde esta Char Fasson, navegas por varios ríos, algunos inmensos, otros mas estrechos, en los que la vida de las orillas te deja con la boca abierta. Los pescadores utilizan las mismas técnicas de hace cientos de años. La forma de vida de la gente es de la Edad Media y los paisajes son bellísimos. Palmeras, lagos, casas de barro... Un paraíso para nosotros, aunque probablemente un infierno para ellos.

La llegada al orfanato me produjo un ataque de vergüenza. Los niños nos esperaban en fila dejando un pasillo en el medio para que pasaramos. Cuando bajamos del ricksaw nos aplaudieron y nos agasajaron con una cadena de papel de la que pendía un enorme corazón. Nunca me habían recibido así en ningún lado, asi que no sabía muy bien que hacer. Les dimos las gracias y fuimos a la habitación a dejar nuestras cosas. Nos tuvimos que armar de valor para salir de nuevo afuera porque nuestra llegada había producido demasiada expectación. Afortunadamente Sheraj, el encargado del orfanato, nos acompañó a que conociéramos las instalaciones antes de cenar. Dimos una vuelta por los alrededores y me quedé muy impactada cuando vi el edificio donde vivían antes los huérfanos. Ahora gracias a la inversión de Felicity tienen un lugar alegre y agradable en el que estar. Cuando terminamos el recorrido con Shiraj les propusimos a los chicos que nos acompañaran a conocer un poquito del pueblo. Un grupito vino con nosotros y pude comprobar que son jóvenes felices, aunque cuando hablan de sus situaciones personales se les nota la tristeza. La mayoría de ellos tienen una madre que no se puede hacer cargo de ellos porque son demasiado pobres. No esta bien visto que las mujeres musulmanas trabajen fuera de casa, por lo que la situación de las viudas es más que difícil.
La mañana del día en el que nos íbamos la dedicamos a conocer las tierras de cultivo que Muaddin Jahangir ha cedido para que el orfanato sea autosuficiente en cuanto a la alimentación. Aunque los tiempos vinieran duros y nadie colaborara económicamente con ellos, han diversificado tanto sus cultivos que podrían sobrevivir.



A diferencia de la mayoría de campesinos, que sólo plantan arroz y si baja el precio se quedan sin nada para vivir, en las tierras del orfanato hay plantadas coles, coliflores, Dhal (lentejas), chilly, judias, flores que dan aceite, calabazas y muchas otras cosas. También aprovechan parte del terreno para que los niños aprendan a cultivar y tengan una herramienta más para desarrollarse en la vida. Felicity compró unas cabras hace un par de años, tienen algunas vacas y pollos que dan huevos y carne. La verdad es que nos quedamos muy sorprendidos con su autosuficiencia.



Ademas de la ayuda a los huérfanos, ahora están comenzando otro proyecto con varias mujeres del pueblo. En una de las habitaciones del edificio han creado un taller de costura. Las mujeres hacen artesanías y con el dinero que ganan pueden ayudar a sus familias.
Aunque nuestra estancia en Char Fasson fue muy corta porque teníamos que coger un vuelo en Dhaka, tuvimos tiempo suficiente para saber que queremos ayudarles con lo poquito que podamos. Cuando volvamos a España pondremos una hucha en casa para que los amigos que quieran depositen alguna monedita. Al final, moneda a moneda seguro que podemos echar una mano entre todos para que el proyecto siga adelante y puedan en breve contruir un nuevo edificio para las niñas, porque de momento solo tienen niños en Char Fasson. La página web es www.charfassonchildrensfund.org.

Despues de tan malos ratos al principio de nuestro viaje en Bangladesh, de un par de intentos de motín en los barcos y de los hoteleros bordes, al final nos hemos ido mucho más contentos de lo que esperábamos y con ganas de volver. Aunque sea difícil viajar por este país, la gente y los paisajes merecen lo suficientemente la pena como para hacer el esfuerzo de superar los inconvenientes y hacer una visita a "el pais del agua".

viernes, 20 de enero de 2012

Bauls "Moner Manush"o el hombre del corazón



 “Manush” significa en bengalí “el hombre” en el sentido de humanidad. Es tal vez la palabra más hermosa que he escuchado en mi vida, porque además siempre la he oído cantada en las extrañas canciones de los bauls, los cantantes místicos bengalíes cuya filosofía de vida y cuya historia nos fascinó desde que descubrimos su existencia en el primer viaje que hice a la India hace tres años.
Fue en un tren entre Shantiniketan y Calcuta. Todavía recuerdo sus caras porque me impresionaron profundamente. En sus ojos había algo inexplicable, como si hubieran sido capaces de ver algo que estuviera más allá de lo conocido.  Su hermosura y su potente aura nos generaron una enorme inquietud por saber de donde venían. Tocaban dos instrumentos que nunca antes habíamos visto con un sonido que tampoco nunca antes habíamos escuchado. A raíz de ese fugaz encuentro nos pusimos a investigar y descubrimos que eran bauls -que en bengalí significa “loco divinamente inspirado”- trovadores místicos influidos por el hinduismo, el budismo, el sufismo y la tradición visnuita que viven en la zona de Bengala Oeste y en Bangladesh.
Aunque tienen todas estas influencias en su pensamiento, en realidad no siguen ninguna religión concreta, porque creen que el cuerpo del hombre es la verdadera morada de Dios. Nuestro cuerpo es vanidad, pero mientras existe es el templo de la divinidad. Los bauls dicen que todo el universo está en el cuerpo, por eso se hacen así mismo bellos, se adornan y se perfuman.
Su manera de vivir es tan revolucionaria que están al margen del sistema de castas y son admirados por su forma libre de entender la vida fuera de las convenciones sociales. Gran parte de su tradición es secreta y sólo se transmite de gurú a discípulo. El amor incondicional al gurú es el principio máximo y a él le deben 12 años de servicio mientras dura la iniciación.



En la manifestación de Dios a través del propio cuerpo buscan la Shakti (la energía divina que está en la mujer/madre) mediante prácticas tántricas, siendo la lujuria uno de los “seis cocodrilos” que sus enseñanzas rechazan. El sexo es la vía que el baúl utiliza para librarse de esa lujuria y llegar así a ser el verdadero “Moner Manush” u “Hombre del corazón”. Un hombre baúl debe ser capaz de retener su semen y llevarlo hasta la cabeza , en concreto hasta el “Sahasrar Chakra”, para conseguir la iluminación. La mujer es adorada por ellos como “la Diosa”, iluminada por su propia naturaleza. Mientras el hombre tiene que seguir toda una serie de pasos y enseñanzas que conforman su “sadhana” (camino) para lograr la perfección, los bauls consideran que la mujer  es en sí perfecta, al estar en ella la capacidad inherente de dar vida.

En su poesía, en su música y en su danza exploran la relación del hombre con Dios. Cada canción es una joya. Algunas de esas canciones tienen cientos de años y han sido transmitidas de unos a otros gracias a la tradición oral y a una memoria prodigiosa que les permite saberse miles de canciones.

Para conocer más a los baúles hemos estado viviendo durante un mes en Shantiniketan, el pequeño e idílico pueblo donde el poeta, músico y educador Rabindranath Tagore fundó su famosa Universidad, “Visva Bharati” (Sabiduría Universal).  Tagore se consideraba así mismo un baúl,  puesto que desde que descubrió su cultura musical y su forma de vida, vio en ellos la vertiente más universal de la religión humana.  Recopiló sus canciones, estudió su vida esotérica y comenzó a componer sus propias canciones al estilo baúl.



En Shaniniketan es fácil ver a los baules sentados a la sombra de un baniano. Los alrededores del pueblo tienen una naturaleza exuberante y en nuestras excursiones en bicicleta siempre nos hemos encontrado con alguno de ellos.
La primera vez que fuimos hasta el río, los vimos sentados al lado de la orilla tocando una ektara y una especie de tambor con cuerdas que rasgan con una púa, el dubki.
Vestidos de naranja (su color distintivo), me sorprendió ver que uno de ellos tenía prendidos del bolsillo con un alfiler un par de billetes de rupia.
Aunque no soy una experta, en seguida me di cuenta de que estos dos baules que teníamos enfrente no eran buenos músicos y que solo estaban interesados en tocar algunas canciones para que les diéramos dinero. Me sentí decepcionada y me di cuenta de algo que después hemos ido corroborando con el tiempo. El capitalismo está haciendo estragos en la sociedad tradicional india. En pocos años se han perdido prácticamente todos sus valores y tradiciones, y creo que de aquí a diez años, si nada lo remedia, no quedará ni un solo verdadero baúl que siga su “sadhana” o camino con el objetivo de llegar a ser “Moner Manush”  y no un cantante famoso que de giras por Europa y se llene los bolsillos de dinero.
La pobreza extrema de la gente del campo -obligados a dejar de lado su forma ancestral de trabajar la tierra, cambiándola por otro tipo de agricultura con pesticidas y monocultivos que están literalmente matándoles- está llevando a muchos campesinos indios a que vean la vida de  baúl como una forma “fácil” de sobrevivir. Al fin y al cabo, el baúl va de pueblo en pueblo cantando sin que nunca le falten unas rupias para comer y marihuana para fumar sin descanso.

"Boronji", aldea cercana a Kenduli


Nuestro viaje en busca de lo que ya casi no existe comenzó en el Poush Mela de Shantiniketan a finales de diciembre.  “Mela” significa “feria” y Poush es el mes del calendario bengalí en el que comienza el invierno con su correspondiente cambio de ciclo. Hasta Shantiniketan llegan artesanos de toda bengala para vender sus artesanías durante los casi diez días que dura la feria. Los bauls también celebran el Poush Mela con varios conciertos que son seguidos con mucho interés por la gente. Tanto la élite cultural de bengala como el pueblo llano se sientan en el suelo con las piernas cruzadas durante horas a escucharles sin dar muestras de cansancio.  En varias ocasiones durante los dos primeros días del Poush Mela, los bauls compartieron escenario con otros músicos a los que llaman Fakirs. El fakir es la vertiente musulmana de los bauls y en su mayoría viven en Bangladesh. Dicen que los fakirs, al vivir en una zona del mundo donde todavía no ha llegado el turismo masivo ni el dinero fácil, conservan mejor la tradición que los bauls hindúes. En cuestión de cinco días estaremos en la localidad bangladeshí de Khustia, el hogar el famoso poeta Lalón.  Allí podremos comprobarlo con nuestros propios ojos y oídos.



En Shantiniketan tuvimos la ocasión de escuchar tanto a bauls como a fakirs no sólo en un escenario sino en los pandals  o refugios que el ayuntamiento habilitó para que vivieran allí durante los días del Mela.  Como estaban muchas horas en el pandal, pudimos acercarnos más a ellos y escucharles al natural, sin micrófonos ni estridencias. Aunque algunos de ellos tienen más de setenta años, tienen una energía asombrosa. De hecho los que más se lanzaban al cante y al goce eran los más mayores. Los jóvenes les tienen un respeto reverencial. En una ocasión uno de los jóvenes comenzó a hablar más de la cuenta conmigo mientras el más viejo de todos comenzaba una canción. El viejo le miró fijamente con esos ojos ancianos cuya fuerza sólo puedes ver en los yoguis. El joven se quedó turbado y se calló inmediatamente. No volvió a abrir la boca en toda la noche.

Las sesiones musicales de los bauls y fakirs duran horas. Cuando entran en estado de éxtasis no pueden parar, y se van dando el relevo musical los unos a los otros . La mayor parte de las letras son sobre los seis enemigos “cocodrilos” (lujuria, avaricia, orgullo, envidia, cólera y pereza) contra los que un hombre debe luchar para mantener la flor del corazón abierta al amor y la felicidad.



Entre los bauls que conocimos en Shantiniketan, uno de ellos nos ha calado en el corazón, aunque no sea el perfecto “Moner Manush”. Se llama Turun Khepa Baul. Es un hombre de unos cincuenta años (aunque la edad de los bauls siempre es difícil de determinar) que vive en un ashram en Shantiniketan. Su hija está casada con un músico canadiense experto en música clásica india. Habla un poquito de inglés, y gracias a eso pudimos comunicarnos. Turun es el reflejo de la felicidad. Sus ojos parecen estar en un más allá desconocido para nosotros lleno de gozo.  Cuando sonríe te contagia de una maravillosa sensación que nace de muy adentro. Sin embargo en él viven las contradicciones de la India actual. Su música le ha abierto puertas que van más allá de la vida sencilla en una zona rural de Bengala. Turun ha viajado por varios países llevando sus canciones a lugares tan lejanos para ellos como la Casa Asia de Barcelona hace unos días.  Como hombre curioso por lo que le rodea, aprovechó su estancia en la Ciudad Condal para perderse y de paso perder el avión. No creo que le vuelva a invitar, pero ese es Turum.

Siguiendo el calendario de actuaciones de los Melas de bauls, después de ir a Calcuta y ver varias buenas actuaciones en el “Bauls Fakir Utsav”, nos fuimos a Kenduli, donde teníamos altas expectativas puestas en el festival “Jaydev Mela”.
Jaydev fue el poeta que compuso en sánscrito el famoso “Gita Govinda”, el libro de poemas que describe los amores de Krishna con las Gopis o vaqueras, entre ellas Radha, la que sería su esposa.  El Jaydev Mela se celebra coincidiendo con el Poush Sankranti, una fecha que además de ser auspiciosa  para la cosecha,  conmemora el baño sagrado que se dio el famoso poeta en el río Ajay a su paso por Kenduli.  Los bauls que siguen la tradición visnuita cantan canciones inspiradas en la pareja sagrada Radha/Krishna. El Gita Govinda es fundamental para ellos y desde hace siglos acuden en masa a este festival.
Sin embargo el Jaydev Mela fue una gran decepción para nosotros. Esperábamos encontrar a cientos de bauls sentados en los bosques, compartiendo su música e intercambiando conocimientos bajo los árboles. Nada más lejos de la realidad. El Jaydev Mela de Kenduli se ha convertido en una feria en la que la mayor parte de la música no es baúl, sino devocional. Esos estridentes cantos devocionales, se solapan de un pandal a otro, en una suerte de locura Kitch sin sentido.



Los pandales están decorados como casetas de feria, con luces de colores y rótulos luminosos anunciando las actuaciones. Es lo que la India de hoy en día considera ser “moderno”. Todos cantan con micrófono, perdiendo su verdadera esencia de música espontánea tocada al aire libre.
El día antes de llegar a Kenduli nos habíamos encontrado a Turun Khepa Baul en Shantiniketan. Le preguntamos si iría al Jaydev Mela y nos dijo que no porque tenía otros conciertos. Cuando comprobamos lo que era aquello entendimos que Turun prefiriera estar en cualquier otra parte. Cuando a la vuelta del festival le comentamos que no nos había gustado nada, nos confesó que él hacía años que no va porque aquello se ha convertido en una competición insana en la que unos intentan estar por encima de los otros y por ende, ganar dinero y fama.

A pesar de estas decepciones y de esta búsqueda casi infructuosa, gracias a los bauls hemos descubierto la Bengala rural, la de los pueblos santhales con casitas de barro y techos de ramas.  Aldeas de calles de tierra pisada, pulcras como no he visto otras en India. Las mujeres conservan el arte de dibujar, y muchas de las casas están adornadas con increíbles escenas de campo y de la vida cotidiana. Ese es el verdadero mundo baúl, el de la gente pura y sencilla, tan frágil hoy día como una amapola.



Nuestro próximo destino, Bangladesh, también está influenciado por estos poetas “locos”. Allí los fakirs son venerados por una gran parte de la población, que los considera hombres santos. Lo que estamos descubriendo de ellos, para bien y para mal, está siendo registrado por la cámara de David, y probablemente formarán parte de su siguiente documental.

Ya queda poco para decir adiós a la India. De nuevo este país nos deja con el corazón dividido entre el amor y el odio. Todo es posible menos la indiferencia.
Nos vamos con la impresión de que todo está cambiando a pasos agigantados. Ahora es un país más moderno que hace tres años, pero por el camino se están dejando todo aquello que les hacía diferentes. En cuestión de pocas décadas está desapareciendo una cultura milenaria. Cuando digo “adiós a la India” no es sólo nuestro adiós por la inminente partida. Es un adiós a la India que hemos conocido y que poco a poco deja de existir para habitar tan sólo en nuestra memoria.