viernes, 20 de enero de 2012

Bauls "Moner Manush"o el hombre del corazón



 “Manush” significa en bengalí “el hombre” en el sentido de humanidad. Es tal vez la palabra más hermosa que he escuchado en mi vida, porque además siempre la he oído cantada en las extrañas canciones de los bauls, los cantantes místicos bengalíes cuya filosofía de vida y cuya historia nos fascinó desde que descubrimos su existencia en el primer viaje que hice a la India hace tres años.
Fue en un tren entre Shantiniketan y Calcuta. Todavía recuerdo sus caras porque me impresionaron profundamente. En sus ojos había algo inexplicable, como si hubieran sido capaces de ver algo que estuviera más allá de lo conocido.  Su hermosura y su potente aura nos generaron una enorme inquietud por saber de donde venían. Tocaban dos instrumentos que nunca antes habíamos visto con un sonido que tampoco nunca antes habíamos escuchado. A raíz de ese fugaz encuentro nos pusimos a investigar y descubrimos que eran bauls -que en bengalí significa “loco divinamente inspirado”- trovadores místicos influidos por el hinduismo, el budismo, el sufismo y la tradición visnuita que viven en la zona de Bengala Oeste y en Bangladesh.
Aunque tienen todas estas influencias en su pensamiento, en realidad no siguen ninguna religión concreta, porque creen que el cuerpo del hombre es la verdadera morada de Dios. Nuestro cuerpo es vanidad, pero mientras existe es el templo de la divinidad. Los bauls dicen que todo el universo está en el cuerpo, por eso se hacen así mismo bellos, se adornan y se perfuman.
Su manera de vivir es tan revolucionaria que están al margen del sistema de castas y son admirados por su forma libre de entender la vida fuera de las convenciones sociales. Gran parte de su tradición es secreta y sólo se transmite de gurú a discípulo. El amor incondicional al gurú es el principio máximo y a él le deben 12 años de servicio mientras dura la iniciación.



En la manifestación de Dios a través del propio cuerpo buscan la Shakti (la energía divina que está en la mujer/madre) mediante prácticas tántricas, siendo la lujuria uno de los “seis cocodrilos” que sus enseñanzas rechazan. El sexo es la vía que el baúl utiliza para librarse de esa lujuria y llegar así a ser el verdadero “Moner Manush” u “Hombre del corazón”. Un hombre baúl debe ser capaz de retener su semen y llevarlo hasta la cabeza , en concreto hasta el “Sahasrar Chakra”, para conseguir la iluminación. La mujer es adorada por ellos como “la Diosa”, iluminada por su propia naturaleza. Mientras el hombre tiene que seguir toda una serie de pasos y enseñanzas que conforman su “sadhana” (camino) para lograr la perfección, los bauls consideran que la mujer  es en sí perfecta, al estar en ella la capacidad inherente de dar vida.

En su poesía, en su música y en su danza exploran la relación del hombre con Dios. Cada canción es una joya. Algunas de esas canciones tienen cientos de años y han sido transmitidas de unos a otros gracias a la tradición oral y a una memoria prodigiosa que les permite saberse miles de canciones.

Para conocer más a los baúles hemos estado viviendo durante un mes en Shantiniketan, el pequeño e idílico pueblo donde el poeta, músico y educador Rabindranath Tagore fundó su famosa Universidad, “Visva Bharati” (Sabiduría Universal).  Tagore se consideraba así mismo un baúl,  puesto que desde que descubrió su cultura musical y su forma de vida, vio en ellos la vertiente más universal de la religión humana.  Recopiló sus canciones, estudió su vida esotérica y comenzó a componer sus propias canciones al estilo baúl.



En Shaniniketan es fácil ver a los baules sentados a la sombra de un baniano. Los alrededores del pueblo tienen una naturaleza exuberante y en nuestras excursiones en bicicleta siempre nos hemos encontrado con alguno de ellos.
La primera vez que fuimos hasta el río, los vimos sentados al lado de la orilla tocando una ektara y una especie de tambor con cuerdas que rasgan con una púa, el dubki.
Vestidos de naranja (su color distintivo), me sorprendió ver que uno de ellos tenía prendidos del bolsillo con un alfiler un par de billetes de rupia.
Aunque no soy una experta, en seguida me di cuenta de que estos dos baules que teníamos enfrente no eran buenos músicos y que solo estaban interesados en tocar algunas canciones para que les diéramos dinero. Me sentí decepcionada y me di cuenta de algo que después hemos ido corroborando con el tiempo. El capitalismo está haciendo estragos en la sociedad tradicional india. En pocos años se han perdido prácticamente todos sus valores y tradiciones, y creo que de aquí a diez años, si nada lo remedia, no quedará ni un solo verdadero baúl que siga su “sadhana” o camino con el objetivo de llegar a ser “Moner Manush”  y no un cantante famoso que de giras por Europa y se llene los bolsillos de dinero.
La pobreza extrema de la gente del campo -obligados a dejar de lado su forma ancestral de trabajar la tierra, cambiándola por otro tipo de agricultura con pesticidas y monocultivos que están literalmente matándoles- está llevando a muchos campesinos indios a que vean la vida de  baúl como una forma “fácil” de sobrevivir. Al fin y al cabo, el baúl va de pueblo en pueblo cantando sin que nunca le falten unas rupias para comer y marihuana para fumar sin descanso.

"Boronji", aldea cercana a Kenduli


Nuestro viaje en busca de lo que ya casi no existe comenzó en el Poush Mela de Shantiniketan a finales de diciembre.  “Mela” significa “feria” y Poush es el mes del calendario bengalí en el que comienza el invierno con su correspondiente cambio de ciclo. Hasta Shantiniketan llegan artesanos de toda bengala para vender sus artesanías durante los casi diez días que dura la feria. Los bauls también celebran el Poush Mela con varios conciertos que son seguidos con mucho interés por la gente. Tanto la élite cultural de bengala como el pueblo llano se sientan en el suelo con las piernas cruzadas durante horas a escucharles sin dar muestras de cansancio.  En varias ocasiones durante los dos primeros días del Poush Mela, los bauls compartieron escenario con otros músicos a los que llaman Fakirs. El fakir es la vertiente musulmana de los bauls y en su mayoría viven en Bangladesh. Dicen que los fakirs, al vivir en una zona del mundo donde todavía no ha llegado el turismo masivo ni el dinero fácil, conservan mejor la tradición que los bauls hindúes. En cuestión de cinco días estaremos en la localidad bangladeshí de Khustia, el hogar el famoso poeta Lalón.  Allí podremos comprobarlo con nuestros propios ojos y oídos.



En Shantiniketan tuvimos la ocasión de escuchar tanto a bauls como a fakirs no sólo en un escenario sino en los pandals  o refugios que el ayuntamiento habilitó para que vivieran allí durante los días del Mela.  Como estaban muchas horas en el pandal, pudimos acercarnos más a ellos y escucharles al natural, sin micrófonos ni estridencias. Aunque algunos de ellos tienen más de setenta años, tienen una energía asombrosa. De hecho los que más se lanzaban al cante y al goce eran los más mayores. Los jóvenes les tienen un respeto reverencial. En una ocasión uno de los jóvenes comenzó a hablar más de la cuenta conmigo mientras el más viejo de todos comenzaba una canción. El viejo le miró fijamente con esos ojos ancianos cuya fuerza sólo puedes ver en los yoguis. El joven se quedó turbado y se calló inmediatamente. No volvió a abrir la boca en toda la noche.

Las sesiones musicales de los bauls y fakirs duran horas. Cuando entran en estado de éxtasis no pueden parar, y se van dando el relevo musical los unos a los otros . La mayor parte de las letras son sobre los seis enemigos “cocodrilos” (lujuria, avaricia, orgullo, envidia, cólera y pereza) contra los que un hombre debe luchar para mantener la flor del corazón abierta al amor y la felicidad.



Entre los bauls que conocimos en Shantiniketan, uno de ellos nos ha calado en el corazón, aunque no sea el perfecto “Moner Manush”. Se llama Turun Khepa Baul. Es un hombre de unos cincuenta años (aunque la edad de los bauls siempre es difícil de determinar) que vive en un ashram en Shantiniketan. Su hija está casada con un músico canadiense experto en música clásica india. Habla un poquito de inglés, y gracias a eso pudimos comunicarnos. Turun es el reflejo de la felicidad. Sus ojos parecen estar en un más allá desconocido para nosotros lleno de gozo.  Cuando sonríe te contagia de una maravillosa sensación que nace de muy adentro. Sin embargo en él viven las contradicciones de la India actual. Su música le ha abierto puertas que van más allá de la vida sencilla en una zona rural de Bengala. Turun ha viajado por varios países llevando sus canciones a lugares tan lejanos para ellos como la Casa Asia de Barcelona hace unos días.  Como hombre curioso por lo que le rodea, aprovechó su estancia en la Ciudad Condal para perderse y de paso perder el avión. No creo que le vuelva a invitar, pero ese es Turum.

Siguiendo el calendario de actuaciones de los Melas de bauls, después de ir a Calcuta y ver varias buenas actuaciones en el “Bauls Fakir Utsav”, nos fuimos a Kenduli, donde teníamos altas expectativas puestas en el festival “Jaydev Mela”.
Jaydev fue el poeta que compuso en sánscrito el famoso “Gita Govinda”, el libro de poemas que describe los amores de Krishna con las Gopis o vaqueras, entre ellas Radha, la que sería su esposa.  El Jaydev Mela se celebra coincidiendo con el Poush Sankranti, una fecha que además de ser auspiciosa  para la cosecha,  conmemora el baño sagrado que se dio el famoso poeta en el río Ajay a su paso por Kenduli.  Los bauls que siguen la tradición visnuita cantan canciones inspiradas en la pareja sagrada Radha/Krishna. El Gita Govinda es fundamental para ellos y desde hace siglos acuden en masa a este festival.
Sin embargo el Jaydev Mela fue una gran decepción para nosotros. Esperábamos encontrar a cientos de bauls sentados en los bosques, compartiendo su música e intercambiando conocimientos bajo los árboles. Nada más lejos de la realidad. El Jaydev Mela de Kenduli se ha convertido en una feria en la que la mayor parte de la música no es baúl, sino devocional. Esos estridentes cantos devocionales, se solapan de un pandal a otro, en una suerte de locura Kitch sin sentido.



Los pandales están decorados como casetas de feria, con luces de colores y rótulos luminosos anunciando las actuaciones. Es lo que la India de hoy en día considera ser “moderno”. Todos cantan con micrófono, perdiendo su verdadera esencia de música espontánea tocada al aire libre.
El día antes de llegar a Kenduli nos habíamos encontrado a Turun Khepa Baul en Shantiniketan. Le preguntamos si iría al Jaydev Mela y nos dijo que no porque tenía otros conciertos. Cuando comprobamos lo que era aquello entendimos que Turun prefiriera estar en cualquier otra parte. Cuando a la vuelta del festival le comentamos que no nos había gustado nada, nos confesó que él hacía años que no va porque aquello se ha convertido en una competición insana en la que unos intentan estar por encima de los otros y por ende, ganar dinero y fama.

A pesar de estas decepciones y de esta búsqueda casi infructuosa, gracias a los bauls hemos descubierto la Bengala rural, la de los pueblos santhales con casitas de barro y techos de ramas.  Aldeas de calles de tierra pisada, pulcras como no he visto otras en India. Las mujeres conservan el arte de dibujar, y muchas de las casas están adornadas con increíbles escenas de campo y de la vida cotidiana. Ese es el verdadero mundo baúl, el de la gente pura y sencilla, tan frágil hoy día como una amapola.



Nuestro próximo destino, Bangladesh, también está influenciado por estos poetas “locos”. Allí los fakirs son venerados por una gran parte de la población, que los considera hombres santos. Lo que estamos descubriendo de ellos, para bien y para mal, está siendo registrado por la cámara de David, y probablemente formarán parte de su siguiente documental.

Ya queda poco para decir adiós a la India. De nuevo este país nos deja con el corazón dividido entre el amor y el odio. Todo es posible menos la indiferencia.
Nos vamos con la impresión de que todo está cambiando a pasos agigantados. Ahora es un país más moderno que hace tres años, pero por el camino se están dejando todo aquello que les hacía diferentes. En cuestión de pocas décadas está desapareciendo una cultura milenaria. Cuando digo “adiós a la India” no es sólo nuestro adiós por la inminente partida. Es un adiós a la India que hemos conocido y que poco a poco deja de existir para habitar tan sólo en nuestra memoria.