sábado, 17 de noviembre de 2012

Una historia de mi abuelo

Anoche soñé que volvía a mi casa de la infancia, un sencillo chalet que estaba en la urbanización "El Gran Chaparral" a unos siete kilómetros de Talavera de la Reina. La casa por dentro estaba igual, pero todo tenía polvo, como si nadie hubiera vuelto a habitarla en estos últimos 25 años.
La sensación que tenía al estar allí era una mezcla de extrañeza, nostalgia y amenaza.
Al despertar he recordado una reflexión que hace la filósofa Chantal Maillard en su último libro, "Bélgica". Chantal dice que cuando habitamos nuestras casas pasadas en sueños nos convertimos en los verdaderos fantasmas de esos lugares.
Ese fantasma que ha sido mi "yo" en sueños visitando un lugar querido de mis primeros años de vida, sentía temor, especialmente al contemplar la vivienda de al lado. Me angustiaba pensar que los vecinos de la parcela contigua a la nuestra seguían habitando el mismo lugar sin haber tenido vecinos durante todo este tiempo. En mi sueño, ni ellos ni yo misma podíamos entender por qué nos fuímos de allí y por qué no habíamos vuelto hasta tanto tiempo después.
Desde hace unos meses pienso en el pasado, en la mirada abierta a la vida de cuando somos niños. ¿En qué momento perdemos ese gozo intenso? ...
Cuando un adulto habla de la "cruda realidad" yo me pregunto cuál es la verdadera "realidad", ¿la del adulto que se pierde en problemas cotidianos que le alejan de la esencia de la vida o la del niño que disfruta plenamente de la sencillez del mundo?

Como Marcel Proust, voy en busca del tiempo perdido, y para ello vuelvo a la raíz, al comienzo.
Hace un mes mi padre me trajo un CD con bastantes documentos sobre la vida de mi abuelo. Casi todos los han ido recopilando mis primas Lola y Loreto durante años de investigación, sin que casi nadie de la familia le prestara demasiada atención. Ahora que los he podido leer con detenimiento me siendo en deuda con ellas, y con mi abuelo, un hombre de principios que llevaba el viaje y la aventura en el alma y que nos transmitió su pasión en el ADN y en un par de manuscritos.
Cuando tenía 60 años, es decir, en el año 1952, escribió un primer relato sobre los aconteceres de su vida. Después de aquello, tal vez volviera a escribir más relatos, pero nosotros sólo conservamos otro cuaderno que escribió en 1984, cuando le faltaba poco para morir.
Cuando mi abuelo falleció yo tenía 10 años, demasiado niña como para hacerle preguntas que ahora desearía que me pudiera contestar.
El recuerdo más nítido que tengo de él es el de un hombre muy viejo al que le gustaba sentarse en su sillón y pintar con la mano temblorosa. Era un hombre bueno, silencioso, al que no le gustaba llamar la atención.
Nunca perdió la capacidad de disfrutar de la belleza. Todavía puedo verle con las manos a la espalda contemplando las flores del jardín en esa casa que ayer volvía a habitar en sueños.
Las memorias y los documentos que han llegado a mis manos me permiten volver a construir la figura de mi abuelo. Eso es lo que me propongo hacer transcribiendo el primer relato, el de 1952, un texto que completaré con las informaciones adicionales del relato de 1984, en un intento de dar una visión más detallada o tal vez más cercana a lo que ocurrió.


Me presento; Soy José Martínez Sánchez- Albornoz. Nací en Bilbao en 1892. Fui el quinto de los doce hijos que tuvieron mis padres, Baldomero Martínez Serrano y Teresa Sánchez-Albornoz Hurtado, ambos de familias adineradas y acomodadas. Mi padre nació en Pradoluengo (Burgos) y mi madre en Ávila.
Mi estancia en Ávila y el trato con familiares me hizo ver que era descendiente de una familia de abolengo. Mi familia era conocida en la Diputación y en las Cortes. De hecho en la ciudad todavía se conservan numerosos recuerdos de nuestros antepasados...(Continuará)





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