sábado, 22 de junio de 2013

Capítulo 2 de la historia de mi abuelo: Rebeldía, enfrentamiento con armas y partida hacia América.



Esta parte del relato del abuelo es clave para entender su vida. Pasaron cosas increíbles que él relata con la mayor naturalidad. Son cosas que hoy día miramos con asombro y que nos parecen de película, pero forman parte del espíritu de su época. Estas líneas reflejan sus recuerdos entre los 17 y los 19 años, cuando empieza a revelarse su espíritu rebelde y aventurero...


... "Mi padre, que tenía un carácter muy fuerte propio de su vida militar, no nos daba confianza. Era un padre poco comunicativo con nosotros. Nos reñía y castigaba por cualquier falta que hiciéramos y le teníamos miedo.
Mi madre por el contrario, tenía un carácter afable y franco. Al  tratar de evitar disgustos a mi padre y castigos a nosotros, se hacía a veces cómplice de nuestras travesuras, aunque también nos reprendía y aconsejaba.
Mi primer curso en el instituto lo aprobé sin más. No era ningún empollón.  El día que me examiné de la última asignatura, gramática castellana, al llegar a casa mi padre estaba muy enojado.  Le dije que había aprobado, pero mi padre, que ignoró la causa, empezó a preguntarme sobre la asignatura. Nervioso y azorado, no supe contestar, equivocándome en las conjugaciones. Don Baldomero me castigó, haciéndome estudiar gramática todo el verano.
Pasado algún tiempo, después de no saberme una vez más las lecciones, mi padre volvió a castigarme. Tras la "filipina" consiguiente me dijo:
- En esta vida, para vivir hay que trabajar. Si intelectualmente no vales, tendrás que buscar un oficio. ¿Qué quieres ser?.
Me mandó a un rincón de su despacho y allí permanecí unas horas. Sin saber cómo ni porqué,  cuando me volvió a preguntar qué quería ser le dije que.... Confitero. 
No tardé muchos días en verme colocado en "La Mahonesa", que era la confitería de moda en Madrid.  Este oficio lo conseguí por mediación de mi tío Nicolás, pues además de ser dueño de la casa nº 1 de la Plaza del Celenque donde estaba establecida "La flor y nata", conocía a Don Fernando, dueño de la Mahonesa.
Supongo que mi padre le diría algo a fin de que yo, viéndome trabajando y sujeto todo el día, terminara aburriéndome y volviera a estudiar.
En La Mahonesa me hicieron unas blusas y delantales blancos como ropa de trabajo. Yo no ganaba nada y desde el primer día me pusieron a fregar y limpiar en el taller,  haciendo todo lo que me mandaban. Poco a poco aprendí a elaborar caramelos y pasteles. Pronto me hice al nuevo ambiente y me amoldé al trabajo poniendo empeño en aprender y ser obediente con el maestro y los oficiales. Gracias a mi esfuerzo me fui haciendo apreciar por el dueño y los dependientes. Ayudando a unos y otros, a fin de año me dieron diez duros de aguinaldo. 
Aunque trabajaba no dejé los estudios totalmente de lado. Cada noche acudía a la Escuela de Artes y Oficios donde aprendía dibujo.
En la confitería estuve dos años. Al cabo de ellos, el maestro y los oficiales, obreros madrileños buenos y dicharacheros, empezaron a decirme que no fuera "primo", que estaba en condiciones de ganar un buen sueldo. En fin, tanto insistieron que a principios de año le pregunté al dueño cuánto me iba a pagar.  Me contestó que, en efecto yo merecía ganar un sueldo, pero que debía saber que entré en su casa no porque me necesitara, sino por compromiso con mi familia. Como no podía crear una nueva plaza en el taller, lo único que me ofreció fue ser dependiente. No lo acepté pues no quería ser empleado en un establecimiento en el que entre su clientela sabía que había parientes y amigos de mis padres. ¡Tonterías del medio social! que hoy reconozco no tenerlas.
Dejada la confitería, continué con mis clases de francés, dibujo, cálculo mercantil y teneduría de libros que no había dejado en estos años. También comencé a prepararme las oposiciones para ser funcionario de Correos en la academia Roos, en la calle Preciados.
En este lapso de tiempo estuve varias veces en Espinoso del Rey, donde residía mi tío Victoriano. En la finca teníamos bastante ganado vacuno y me gustaba pasar largos ratos con los vaqueros y criados. Montaba a caballo y paseaba con mi Primo Pedro de un lado para otro.
En aquellos años yo tenía un carácter violento y muchas veces tuve riñas con los chicos del pueblo, aunque en general, mi fama era la de ser agradable y simpático.
En uno de los viajes a Espinoso llegaron mis padres y hermanos a pasar una temporada en la finca, que entonces administraba mi tío. 
Paseando a caballo con mi padre, le hice observar el abandono que había tanto en el ganado como en las tierras, disgustándole esto mucho. 
A los pocos días, con motivo de la muerte de unos cerdos encontrados por los criados en las pocilgas medio comidos por sus compañeros, mi padre hubo de llamar la atención a mi tío.
Tuvieron ambos una discusión en la que mi padre le dijo todo lo que había visto y observado. A esto se unieron varios disgustos que habíamos tenido con su mujer por su manera de ser. Su educación argentina dejaba mucho que desear y parece que soportaba mal las consideraciones que todos tenían con mi madre, que debido a su educación y trato social  todos estimaban.
Mi padre hubo de preguntar a su hermano dónde había empleado las cantidades que le entregó para mantener la finca y le echó en cara una frase que años antes le dijese mi abuela Emeteria, que no quería nada con él por lo aprovechado que era.
Mi tío entonces sacó una navaja y se fue hacia mi padre. En ese momento llegué yo portando un rifle en la mano con el que había estado tirando al blanco. Me eché el arma a la cara y disparé, teniendo la suerte de que el arma estaba descargada.
Fui al pueblo en busca de la Guardia Civil, pero cuando llegamos mi padre y su hermano ya habían hecho las paces.
Dejamos la finca, procediendo más tarde a la segregación de bienes, siendo esto causa de muchos disgustos. Mi padre cedió muchos derechos, perdiendo las cantidades anticipadas y una parte de la finca comprada a su hermana. 
En Talavera, aburrido y queriendo terminar con esta desagradable situación cuanto antes, hubo de venderle toda la parte que le quedaba de la finca y la heredada de su padre, a fin de acabar con el enfrentamiento. 
Estando en estos trámites y de nuevo en Madrid, paró en nuestra casa un primo de mi padre que era sacerdote y venía de México. Este familiar me animó a irme con él a América a su regreso. Así me hubiera gustado hacer. Conseguí incluso el permiso de mi padre, pero... Estalló la Revolución Mexicana y mi padre me hizo que desistiera.
Para mí, que ya gustaba de la aventura, esto fue una gran desilusión.
Papá ascendió y fue destinado a Logroño. Mientras viajaba hasta allí para ayudar a poner la casa de mis padres, hice una parada en Pradoluengo, donde conocí a varios parientes de papá que tenían casa en la Argentina. Ellos habían vivido en diferentes naciones del Centro y del Sur de América. Estos parientes me ofrecieron un puesto en su negocio situado en el barrio de Belgrano (Buenos Aires). Consiguiendo el permiso de mi padre hice de nuevo un viaje a su pueblo. Allí conocí a un señor que con su familia viajaba a Argentina y decidí ir en su compañía hasta el nuevo mundo.
En el otoño de 1911 y desde Logroño, donde ya residía mi familia, salí hacia Barcelona acompañado de mi padre. Allí estuvimos unos días esperando la salida del Cádiz, vapor de la compañía Pinillos. Antes de subir a bordo mi padre me presentó a unos señores llamados Pablo y Arana que eran parientes suyos. Habían vivido muchos años en América y tenían negocios en México. Aunque estaban retirados, ambos hacían viajes de placer de uno a otro continente.

(Continuará)


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